
Hoy, en el metro, una madre iba leyéndole un cuento a su niñito, que tendría unos tres años. Se lo leía tan bien que tenía a cuatro o cinco tipas alrededor escuchando, incluída yo. En general todas estábamos absortos pendientes de los que contaba, y me acordé de cuando iba de peqeña a ver cuentacuentos. Te los contaban tan bien que se te olvidaba el resto del mundo.
Y también me acordé de Carlos, mi profe favorito del bachillerato, que como estábamos en un colegio de monjas todas las mañanas tenía que leer una oración que preparaban ellas. Y a veces se saltaba el protocolo y nos leía un cuento cada mañana que nos tocaba con él a primera hora, a las ocho. Se tomaba la molestia de traer uno distinto cada día, como los de Jorge Bucay, con moraleja. Y empezabas la mañana de otra forma, con otra calma. Incluso lo que nunca leían solían atender.
Si todo el mundo leyera más, y sobre todo, si probase el placer de que alguien que le leyera, vería la vida de otra forma. Nos faltan cuentos y nos sobran prisas.
yo ya estaba dormido a la hora en que empezaba acontar el cuento :-P
ResponderEliminar