domingo, 4 de mayo de 2014

Octava etapa: La Habana, 24 de abril de 2013

cuba diaries

En mi familia decimos que siempre nos topamos con todo. Y eso incluye que nuestro primer día en La Habana acabásemos en la comisaría.

El encontronazo con los cangrejos camino a Bahía de Cochinos nos obligó a viajar hacia La Habana antes de lo esperado. Este tramo de la carretera central era el mejor porque nos acercábamos a la capital del país y, como ocurre en cualquier parte, las capitales están mejor atendidas, y Cuba no iba a ser una excepción.


la habana

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Me atrevo a decir que la santería tiene más adeptos en este país que el fútbol en España. Ya lo decía Cari, la manicurí que se llevaba una garrafa de agua salada del mar para limpiar su casa de malas energías. En este viaje cogimos a un autoestopista que iba a hacer dos horas en coche para conseguir un antídoto a base de veneno de alacrán para su abuela, que tenía cáncer. Era fan de Lola Flores y tenía 22 años. ¡Olé ahí!

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La Habana es la Grecia de América. Hay tanto edificio derruido y tanto escombro que tal nivel de destrucción acaba pareciéndote bonito. Y la ciudad está llena de carteles con la firma del Historiador de la Habana, que parece ser un conservador del patrimonio que promueve restauraciones y reconstrucciones de edificios históricos.

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A estas alturas estábamos de vuelta de la picardía de algunos cubanos y en La Habana también nos encontramos con muchos cansinos, pero este fue quizá el más hijo de puta. Quería hacerme una foto delante del Capitolio y se nos acerca un padre con un hijo. Yo le había visto sentado en un banco mientras tiraba esta foto en una plaza. 


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"Yo a Vd. la conozco. Usted estaba en la placita comiendo pizza, ¿verdad?". Sí, me acordaba de él porque estaba comiéndose un helado con su hijo de trece años. Empezó a preguntarnos si éramos españoles, que en Cuba no se podia hablar con libertad como hacíamos nosotros en España, y no parecía que quisiera sacarnos nada, así que seguimos de charla mientras su hijo tenía la mirada un tanto perdida. 


Nos quiso acompañar a un parque dedicado a un músico cubano, damos tres pasos y... aparece un policía. Le dijo que estaba detenido por molestar a turistas y mendigar con su hijo. Le defendimos, porque en ningún momento nos molestó, pero apareció una patrulla. Nos gritaba que por favor testificásemos a su favor porque no quería que su hijo presenciase cómo le detenían por charlar con dos extranjeros y nos dio las señas de la comisaría. Se lo llevaron en un coche con el niño y según vamos de camino a la comisaría empieza a hacerse de noche. 


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Detrás de otra columna aparece un tío colocado (los consumidores de droga son duramente castigados en la isla) que nos dice que es amigo del detenido y que siempre le pasa lo mismo por pedir con un menor; que si tenemos algo porque ha apostado todo su dinero al resultado de un partido de fútbol (en Cuba las apuestas y la lotería son ilegales). Pero a nosotros aquel padre no nos había pedido nada, así que aquello era incomprensible. 

Llegamos a la comisaría y no nos atrevemos a entrar porque llevábamos una navaja en la mochila (era para partir la fruta pero cuéntale tú eso al que te cachea). Nos sentamos en la puerta y no paran de entrar mujeres con aspecto de puta que salían charlando tan pichis con otros policías (debían de ser policías de paisano). Al rato salen dos a la puerta, nos indican que debemos irnos y que allí no ha llegado nadie detenido, que se lo habrán llevado a otra cuadra. Le comentamos que queremos testificar porque el tipo no nos había molestado, creemos que pasan nota por la radio y nos marchamos.


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Esa tarde habíamos aparcado en la Plaza de Armas y cuando llegamos al coche tenemos esperando al padre y al hijo en nuestro coche: sabían que veníamos en un Kia blanco y que lo habíamos aparcado allí. Nos contó la milonga de que le habían multado con 5 pesos y nos pidió que le pagáramos la multa. ¿Cómo averiguó este tío que habíamos aparcado un Kia blanco allí, que habíamos comido pizza y cómo llegó a nuestro coche justo cuando volvíamos a él? Llegamos a la conclusión de que nos siguió desde que aparcamos, se sentó a nuestro lado en la plaza mientras hacíamos fotos y nos abordó "por casualidad" en el Capitolio para contarnos batallitas y sacarse luego alguna propina al final del numerito.

¡Vaya tela con los habaneros! Si quieres leer otras historias, sigue el resto de etapas en Cuba Diaries.