Recuerdo el domingo como uno de los días más divertidos. Cargamos las mochilas en el picanto y nos dimos la última vuelta por Sancti Spíritus. Nos intrigaba mucho ver la plaza, que no es otra cosa que lo que en España conocemos como mercado. Los andaluces lo habréis entendido a la primera (mi madre, gaditana, siempre habla de que su prima Mari tiene un puesto en la plaza). Ojalá hubiéramos probado más frutas. Aunque teniendo en cuenta la velocidad con la que se reproducen las bacterias (de una a mil en tres horas), de lo que no me arrepiento es de no haber catado la carne expuesta al aire y sin frío.
Sancti Spíritus |
Camino a Trinidad recogimos a una cubana que no se nos va a olvidar nunca, no sé si por su morro o por su desparpajo. Le dijimos que íbamos a Trinidad y nos contestó que ella también. Era Cari, de profesión manicurí (la que te hace la manicura). A las cubanas les chifla, aquí serían felices con tanta china con mascarilla. Estaba separada, su hijo vivía interno en un cole de otra zona durante la semana, e iba a Trinidad a comprarle jabón con una garrafa de agua vacía en la mano. Le dijimos que nos quedábamos en la torre del cafetal, nos dijo que allí tomaría otro carro y nos despedimos.
La torre de la que os hablo era otro insulto al pueblo cubano: símbolo de la época de los esclavos, desde ella se vigilaba la jornada de trabajo de los que recogían la cosecha en los campos de café. Previo paso por caja (5 CUCs por cabeza) subimos hasta arriba. Supervistas, no digo más.
Una camioneta y guiris al fondo |
La verdad es que la playa era una pasada. Pero ella tenía otros motivos. Como buena caribeña, era supersticiosa a más no poder. Lo que quería era llenar la garrafa para limpiar su casa con agua salada contra los malos espíritus y, como veis, Isma le gustó más que yo. Nos dimos un bañito aunque ella no se metió en el agua para no estropearse sus mejores pantalones y yo, para no romper la tradición, volví a achicharrarme.
Ya en Trinidad nos despedimos por segunda vez y le dimos nuestro email. Quería que mantuviésemos el contacto. Subimos calle arriba y aunque la ciudad era preciosa, colonial y restaurada, era demasiado previsible. Después de pasar por Varadero, los autocares de turistas descargan aquí para que parezca que has visto algo de Cuba, y nada más lejos de la realidad. Creo que no vimos otro sitio con más restaurantes y tiendas por metro cuadrado, aunque encontrar un sitio cuidado era de agradecer entre tanta ruina...
Pero no. Qué mal pensada. Salimos con una caja de Cohíbas y nos asomamos a la puerta de una escuelita. A pesar de la falta de medios, lo de que en todas las clases hay una tele es cierto. Lo que no sé es cómo el comunismo adopta un eslogan tan triste como este para defender su modelo de progreso educativo. Salta a la vista la precariedad de medios, aunque ojalá en España hubiese una universidad en cada pueblo, como ocurre allí. Nada de centralismo: una en cada pueblo.
Os prometo que antes de arrancar el coche nos cruzamos otra vez con Cari. Tercera despedida en lo que iba de mañana y en marcha hacia Santa Clara con nuestro cochecito. Decidimos ir por los Topes de Collantes, que no son más que una pequeña sierra en la que no paraba de llover. El automático iba como el culo y aunque metimos la marcha "de fuerza" aquello no subía las cuestas. Temiéndonos que se nos calentase el motor, con una lluvia de tres pares, subimos a un autoestopista con dos machetes en la mano. El tipo era un guajiro (nos suena a la canción de guantanamera, aunque es un término despectivo para hablar de un campesino cubano) educadísimo, por cierto. Atentos a las fotazas con ese agua evaporándose.
En la cima de los Topes de Collantes |
Para cerrar el día, llegando a Santa Clara, ciudad dedicada por entero al Ché y a los revolucionarios, montaron en el coche dos tíos de 16 y 18 años, pura aventura. Sabían que si les pillaban recorriendo el país se meterían en problemas con la policía y regresaban de la Habana, donde habían ido con dos amigas. Sorprendía su locuacidad y su furia contra el régimen. Querían que nos quedase claro que los ideales del Ché habían sido buenos, pero que el poder les corrompió y aquella locura duraba ya sesenta años. Se denominaban opositores (y no disidentes). Fue una charla de las mejores y de ella sacamos la mejor frase del día: "En este país en el que no funciona nada, el cubano hace que trabaja y el Gobierno hace que paga".
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