lunes, 28 de septiembre de 2009

Treinta y cinco años en quince minutos.


Siempre recordaré a mis abuelos por su carácter. Superan con creces a mis padres en cuanto a mentalidad y siempre se han adaptado a todo tipo de situaciones. Por mal que lo pasaran, siempre juntos. Y además siempre ofreciéndote su mejor sonrisa. Vayas donde vayas les conocen y hablan bien de ellos. Por ejemplo, mi abuela tiene decenas de primos y por muchos años que lleve sin verlos siempre recibe llamadas o cartas o recuerdos de parte de alguien.

Lo que os voy a contar ocurrió hace unos días y me pareció tan increible que no puedo dejar de escribirlo. La semana pasada estaban en la playa y mi abuela recibió una llamada al móvil. Era un primo suyo que vive en Alemania. El hombre se marchó unos años después de que mi abuelo volviera de trabajar como jornalero en Francia y al final se instaló allí con su mujer y tuvo dos hijas. De esto hace treinta y cinco años, tantos como los que mi abuela y él llevaban sin verse.

El hombre, ya jubilado, llamó a mi abuela para decirle que ahora tenía una casita en Granada y que venía por temporadas. Estaba en España y el día siguiente iba a llevar a su mujer a la estación sur de autobuses de Madrid porque ella debía volver a Alemania. Quería reencontrarse con ellos.

Justamente mis abuelos volverían a Madrid en autobús el día siguiente, asi que el hombre pensó que podrían verse en cuanto llegasen, comer juntos y ponerse al día de todo lo que habían vivido durante el tiempo en que no se habían visto. Treinta y cinco años.

El primo de mi abuela despidió a su mujer en la estación a las seis de la mañana, pero no sabía qué hora llegarían mis abuelos. Después de ocho horas esperando en la estación, con bastantes años a las espaldas, pensó que no los iba a encontrar. Compró el último billete de autobús que ese día marchaba para Granada y esperó la cola de la dársena 23. Faltaban quince minutos para las dos de la tarde cuando... sorpresa: del autobús que paró en la dársena 24 bajaron mis abuelos.

Mi abuelo le vio al instante y se fue hacia él, pero el hombre no era capaz de reconocer a mi abuela, ¡su prima! Se abrazaron y se besaron, y cuando mis abuelos le invitaron a comer el hombre les dijo que su bus salía en quince minutos. Con la misma alegría por el reencuentro y amargura por la despedida resumieron treinta y cinco años en quince minutos.

"A veces la vida puede ser maravillosa".

jueves, 10 de septiembre de 2009

Los duros comienzos

Siempre se ha dicho que la vida es como tú la quieras ver, como aquella frase del vaso medio lleno o medio vacío. En mi caso yo diría enfocada o desenfocada.

Aun no he llegado a las ocho dioptrías, vamos por las siete, pero el dominio estaba pillado así que me quedé con el ocho, que por otra parte une un poco el blog al cine y a la vida. El ocho siempre fue mi número favorito, redondo y sincero, sin recovecos.

Además Wikipedia dice que "en ajedrez cada lado tiene ocho casillas o escaques; en la música, es el número de notas en una octava; es el número de patas que tienen los arácnidos; es uno de los números de la serie Lost; es el número de la bola negra del billar americano; y en China es símbolo de buena suerte".

Este blog que hoy comienza será una continuación o un tiro en paralelo al flog que aun mantengo con poca vida, aunque nunca tuvo demasiada. Espero que no me pueda la pereza y no lo abandone.